Cosas, casas

Valdeobispo esta mañana

Dime dónde vives y te diré, aproximadamente, el nivel de tu cuenta corriente. Puesto que prologar la vida en cuanto a extensión y calidad permanece prácticamente inalterable desde el tiempo de los bárbaros, el personal decide significarse por la amplitud y sofisticación de su recinto domiciliario. Que vives en un chamizo: monje tibetano o pobre de solemnidad. En un castillo con piscina olímpica, elefantes africanos y helipuerto particular: narcotraficante, rey de la informática, heredero de un jeque árabe, el propio jeque o un famoso de cualquiera de los variados mundos del espectáculo, desde el deportivo al cinematográfico sin olvido del populismo político trapacero de arrabal. Morirte te mueres lo mismo, pero con la posibilidad de elegir cama, médico y montaje periodístico para la posteridad. Cosas y casas de la vida, ninguna de ellas importables al más allá. En el más acá las cosas y casas quedan bien en el papel couché de las revistas del corazón, los programas de tertulia mundanos y para de contar. El resto del recorrido existencial de los grandes, medianos y pequeños potentados, por muchos dígitos que decoren las fortunas camufladas en paraísos fiscales, sociedades offshore, o inversiones en cuadros de Van Goth, desengáñense los creyentes convencidos de que la riqueza es sinónimo de felicidad, más bien un cuento de chinos, de cuando los chinos venían pintados en una hucha del Domund y no aspiraban, en lo inmediato, a ser potencia económica/político/militar. En el barrizal diario uno sufre en su riqueza, otro pasa hambre en su miseria, y el señor cura a sus misas, que nos cantara Serrat. Las cosas y las casas, no dejan de ser ensueños de corta duración, en el mejor de los casos, desde el corte del cordón umbilical hasta el instante de la cremación, inhumación, o desaparición en un maremoto por culpa del cochino cambio climático que unos temen, otros le hacen un corte de manga y en verano, por tierras andaluzas, o dormitas bajo la sombra de un olivo, o feneces de insolación no importa cuan negacionista seas. Eso sí,mientras dure la pachanga, viva el vino, el sexo consentido y, dentro de un orden, la libertad. Aproximadamente lo que pedían Los Chichos en sonido rumba gitana, Quiero ser libre (1973). Como todo hijo de vecino, el problema es en que condiciones y bajo qué premisas. Pincha aquí

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