Ni vuelve ni tropieza

Madrid alucinante por Silvestre Domínguez

Habría que indagar, o pasar de largo, según tengas el día, porqué la Naturaleza ha dispuesto como regla, que el máximo de potencia intelectual, y obviamente también física, encuentre el culmen de su expresión en los organismos de los jóvenes, lo mismo en una pantera, una cabra montesa, yo mismo o un gorila de la niebla. Sin posibilidad de discusión, esa es la norma. El conocimiento empírico avala como rareza encontrar creaciones intelectuales en las ciencias exactas más allá de la treintena, y escasa y deficiente obra, comparada con los logros de los mismos actores en su periodo de plenitud vital, en otros ámbito del conocimiento. Después de la cuarta década de existencia, en ramas del saber de signo humanístico, no importa cuán largo sea el resto de vida de quienes brillaran como cualificados creadores, lo habitual son  reiteraciones de lo previamente recogido en el esplendor de su edad y, con un mucho de suerte y buenas relaciones, recoger el tributo público en forma de reconocimiento oficial, por los frutos del ayer.  Eso no quiere decir que la senectud, si no hay excesivos achaques, carezca de alguna faceta placentera. Lo que no se espera de ella, y las redes sociales son explosiva evidencia que lo avalan, es que sean los jubilados, antes que los jóvenes, quienes ejerzan de profusos difusores de un incomprensible ardor político y guerrero, creyéndose, tal vez exculpados por un pasado laboral cumplido y ahora dejado atrás, ya libres de compromisos, jerarquías, jornadas nocturnas y duras madrugadas, entienden llegado su momento de hacer de su capa un sayo y opinar según les salga sin pararse en barras. Nada que objetar, si todo se circunscribiera en un entorno donde primara la camaradería y la amistad, adobados con la exposición de gratos, pasados y dulces recuerdos. Pero de ahí a marcar la senda y reglas de las nuevas generaciones, con consignas trasnochadas, hay un abismo imposible de salvar. Como poéticamente dijera el insigne Don Francisco de Quevedo y Villegas sobre » El tiempo, que ni vuelve ni tropieza,”. Tener párkinson y pretender ejercer de trapecista sin red, es jugar a la ruleta rusa con el tambor del revólver cargado con seis balas. Catástrofe segura.  Lejos de llorar por lo perdido, en esos momentos proclives a la nostalgia,  un método que personalmente nunca me falla, es recurrir a la música como bálsamo para paliarla. Y de paso recordar que el pasado 16 de abril se cumplieron 51 años del fatal accidente donde perdiera la vida Nino Bravo, dueño de esa voz incólume al paso del tiempo como podemos disfrutar en cualquiera de sus canciones, esta misma, Te acuerdas María (1972). Pincha aquí 

Deja un comentario