Las viudas de los viernes

Instantánea con el iPhone

La vida es así. . . . . .

Si esperas el tiempo suficiente, como aquel sabio chino sentado a la puerta de su casa, el título que encabeza esta nota y tomo prestado de la irónica novela de Claudia Piñeiro, Las viudas de los jueves (2005), en Valdeobispo, que no en la sofisticada y exclusiva urbanización de Altos de la Cascada donde Claudia Piñeiro desarrolla la brillante trama, puedes encontrarte, como en la imagen de la presente y precipitada reflexión crepuscular, sin necesidad de recurrir a truculencias visibles ocultas tras su situación solitario/sentimental, con unas apacibles y octogenarias viudas compartiendo el desayuno de los viernes en una céntrica calle del municipio. También habrá viudos, pero ese toque de apacible y públicamente compartida aceptación de la soledad, por aquellas cosas de que vivir es hacer camino al andar, para qué negarlo, es más propio de la condición femenina. De alguna manera (1973), que con romántica intención nos cantara Aute, con todas las viudas que figuran en la imagen, en mayor o menor grado, me une un vínculo familiar, algo, por lo demás, a nada que escarbes en las intrincadas ramas genealógicas del personal, común a cualquier pequeña población. Y como en el Romance del Conde Arnaldos, este grupo de viudas del día de Venus, solo cantan su canción, comparten café, afecto, sonrisas, mas algún que otro yantar, a quienes con ellas van. A punto de alcanzar el mercurio de los termómetros los 40 grados Celsius de temperatura ambiental, ¡helas ahí!, felices dentro de un orden, la mañana del viernes previo a la festividad de San Roque, patrono de lugar, cuya efemérides se celebra el próximo lunes entrante. No están todas las que son, más las que aparecen en la imagen responden al nombre, empezando por la derecha, de Agustina (mi madre), Carmen, Sagrario, Carmen, Ines. Muchas son las baladas que podrían servir como cierre a esta nota, El jardín prohibido (1975), de Sandro Giacobbe, por aquello de sutiles resonancias bíblicas, la encuentro totalmente acorde con lo que he pretendido describir. Dejo para mejor ocasión, si el ánimo me acompaña y la censura lo autoriza, una reflexión sobre Las zonas mágicas de Valdeobispo. Pincha aquí

Valdeobispo

Patio de la casa de mis padres, Valdeobispo

Sólo falta un ciprés

Reza una antigua y mítica leyenda, que un día entre los días, Zeus, jefazo supremo y un pelín caprichoso entre los Dioses del Olimpo, se agenció dos aguilas, y colocando cada uno de ellas en los extremos opuestos del mundo, les ordenó que lo sobrevolaran, y decidió, vaya usted a saber porqué, que bajo el punto exacto donde las aves se encontraran, a partir de entonces sería conocido como omphalos, es decir, el ombligo del mundo. Dado que se desconoce el punto desde el cual partieron las águilas, porque el padre de los dioses no era proclive a dar explicaciones de sus actos, Valdeobispo, hermosa tierra extremeña donde, por vez primera, abrí los ojos al mundo, hace de el un lugar, con tantas posibilidades como cualquier otro, para ser ese hipotético ombligo terráqueo. Con idénticos fundamentos sin confirmar, hay quienes dicen que ese supuesto ombligo se halla en Delfos. Sea como fuere, por un ombligo más o menos, puesto que todos son redondos, no es conveniente que perdamos el oremus. Veamos algunos de los tangibles méritos que avalan la candidatura de Valdeobispo para optar a tan olímpico podio. Si estamos de acuerdo en considerar el clima como factor fundamental de habitabilidad, e incluso para el estado de ánimo personal, Valdeobispo, digamos para simplificar, goza de un bonancible clima mediterráneo. Añade a ello las tranquilas y nunca escasas aguas que lo bañan, procedentes del afluente más largo del Tajo, el río Alagón, y ya contamos con elementos suficientes y esenciales para, pecando de rebuscado, compararlos a los dones que encontró Josué, tras el largo éxodo, al pisar y afincarse en la tierra prometida. Vides, higueras, olivas, granados, miel. Pero siendo esto importante, son su gente, aunque escasa actualmente, y a pesar de las limitaciones impuestas por la pandemia, los principales protagonistas, que ayer, hoy, y seguramente mañana, le dan ese toque de sincera amabilidad, que hace fácil y agradable la vida en sociedad. Uno nace donde le dejan. Mi lugar de aterrizaje fue Valdeobispo. Partiendo de lo extenso y amplio que es el planeta, un milagro en sí mismo . Si quieres conocerlo, ya sabes dónde encontrarlo, a unos 250 kilómetros de ese otro ombligo llamado Madrid y muy cerquita de La Vera extremeña. Llegados al obligado final musical, en principio pensaba optar por la canción Mi Tierra, interpretada por Nino Bravo, pero dada la intimista imagen del patio que tantas veces pateé en mi infancia y sirve como imagen de cabecera a esta nota, doy un giro copernicano y me detengo, como una de las míticas águilas lanzadas a cruzar la tierra por Zeus, en Retrato (1969), letra de Antonio Machado, voz y música de Joan Manuel Serrat. Pincha aquí

Cosas, casas

Valdeobispo esta mañana

Dime dónde vives y te diré, aproximadamente, el nivel de tu cuenta corriente. Puesto que prologar la vida en cuanto a extensión y calidad permanece prácticamente inalterable desde el tiempo de los bárbaros, el personal decide significarse por la amplitud y sofisticación de su recinto domiciliario. Que vives en un chamizo: monje tibetano o pobre de solemnidad. En un castillo con piscina olímpica, elefantes africanos y helipuerto particular: narcotraficante, rey de la informática, heredero de un jeque árabe, el propio jeque o un famoso de cualquiera de los variados mundos del espectáculo, desde el deportivo al cinematográfico sin olvido del populismo político trapacero de arrabal. Morirte te mueres lo mismo, pero con la posibilidad de elegir cama, médico y montaje periodístico para la posteridad. Cosas y casas de la vida, ninguna de ellas importables al más allá. En el más acá las cosas y casas quedan bien en el papel couché de las revistas del corazón, los programas de tertulia mundanos y para de contar. El resto del recorrido existencial de los grandes, medianos y pequeños potentados, por muchos dígitos que decoren las fortunas camufladas en paraísos fiscales, sociedades offshore, o inversiones en cuadros de Van Goth, desengáñense los creyentes convencidos de que la riqueza es sinónimo de felicidad, más bien un cuento de chinos, de cuando los chinos venían pintados en una hucha del Domund y no aspiraban, en lo inmediato, a ser potencia económica/político/militar. En el barrizal diario uno sufre en su riqueza, otro pasa hambre en su miseria, y el señor cura a sus misas, que nos cantara Serrat. Las cosas y las casas, no dejan de ser ensueños de corta duración, en el mejor de los casos, desde el corte del cordón umbilical hasta el instante de la cremación, inhumación, o desaparición en un maremoto por culpa del cochino cambio climático que unos temen, otros le hacen un corte de manga y en verano, por tierras andaluzas, o dormitas bajo la sombra de un olivo, o feneces de insolación no importa cuan negacionista seas. Eso sí,mientras dure la pachanga, viva el vino, el sexo consentido y, dentro de un orden, la libertad. Aproximadamente lo que pedían Los Chichos en sonido rumba gitana, Quiero ser libre (1973). Como todo hijo de vecino, el problema es en que condiciones y bajo qué premisas. Pincha aquí

Susto o muerte

Humor por Silvestre Domínguez

Un espectro con remilgos

El principio según el cual para emitir una hipótesis sobre cualquier materia, con posibilidad de acierto, se requiere el descarte previo de aquellas alternativas, por sugerentes que puedan parecer, de resultado erróneo, debería ponernos en guardia respecto a marcar fechas anticipadas sobre la salida definitiva del túnel social/económico/sanitario al que la pandemia por todos conocida nos ha conducido. Las hechos, que no hipótesis, avaladas por datos incontrovertibles, nos indican que a la mínima urgencia por retornar a comportamientos pretéritos, compras, paseos multitudinarios a cara descubierta, visitas a los compañeros de la infancia, universidad o milicia, los índices de mortalidad y contagio por COVID-19 es fácil que se disparen de modo descontrolado y alarmante. Y aquel sueño que desde tu ventana primaveral, con aplausos a la caída de la tarde, superaste como un susto sin mayores consecuencias, tras un ágape improvisado con comensales múltiples y sin barbijo se puede convertir en muerte. Hacer de temerario siete machos, si no eres el gran Cantinflas, puedes terminar pagándolo con una traqueotomía de urgencia y sin parada intermedia directamente al crematorio. Pertenezco a la vetusta generación de los que hicimos la mili, además de ejercer una profesión que no distingue entre laborables y fiestas de guardar. Quiere decirse que cuento en mi personal biografía con plurales Navidades blancas sin acompañamiento familiar y aquí sigo, coleando y aparentemente vivo para poder contarlo. Llegar hasta el presente, desde que una fría noche decembrina, en un pueblo cacereño llamado Valdeobispo, en que mi madre, Agustina, me expulsará a este perro mundo, he pasado muchos sustos, pendiente aún del definitivo, la innombrable y no por esperada menos temida : la muerte. Lejos quedan las épocas donde los cementerios, limítrofes con las iglesias, eran, literalmente, lugar de jolgorio y esparcimiento. Cuantos romances y citas de amor se tejieron entre sus cerrados muros, hasta que por esas cosas que pasan, se los encasillara en recintos de luto y soledad donde, Gustavo Adolfo Bécquer cerraría en inmortales rimas a sus eternos residentes con un, ¡ Dios mío, qué solos se quedan los muertos!. Como bien sabe cualquier experimentado psicólogo, de un susto se puede salir. La muerte………….Pasemos al espacio musical y a una canción a la que, personalmente, por aquello del azar y la necesidad existencial, tan gratos momentos debo: Desde aquel día (1966). Intérprete: Raphael, autor: Manuel Alejandro, y casualmente consiguió un inesperado beneficio este humilde escribidor, que pasaba por allí. Pincha aquí

El día del espárrago

Las MasterChef de Valdeobispo en el día del espárrago

Teléfonos inteligentes, usuarios despistados, realidad virtual, internet de las cosas. En este soporte, mas o menos, se supone que debería transcurrir el canal comunicacional, festivo y laboral de la vida cotidiana. Inmenso error, que dijera el otro. Porque si el azar te ha llevado en tiempo primaveral por tierras extremeñas, es mi caso, puedes encontrarte con un megáfono municipal anunciando El día del espárrago. Cosa por lo demás nutritiva y seguramente con sus particulares secretos culinarios. Algo que siendo importante, lo culinario, queda en segundo plano frente al retorno momentáneo de un aroma de aquellos tiempos, en los cuales el destino y la vida toda parecían inexorablemente vinculados al influjo del campo. Desconozco las propiedades salutíferas del esparrago, si es que tiene alguna, salvo esa peculiaridad observada por el minucioso escritor catalán Josep Pla, de aromatizar los efluvios urinarios con un inconfundible olor esparraguero. A la festividad de marras me llevó una obligada visita al terruño natal, Valdeobispo, coincidente con un luminoso 20 de abril, sábado rememorador de la ancestral semana sacra, que cada cual celebra a su particular manera, como Sinatra y tantos otros viven su vida. Porque, de momento, vida no hay más que una y elecciones europeas, generales, autonómicas y municipales, además de las vecinales, sindicales y escolares, cada pocos meses, con derecho a repetición si no hay mayoría absoluta y los participantes no se ponen de acuerdo en el guiso final. Quizás por esta saturación de promesas incumplidas, discursos a tutiplén, tramas corruptas recién afloradas y otras en fase de instrucción, mas las tertulias de patio de corrala casi imposibles de soslayar, es que la celebración del día del humilde espárrago supuso un vago retorno al edén pastoril cantado por Virgilio en sus bucólicas. Porque una cosa es clara, los aspirantes a Presidentes de Gobierno pasan, pero el espárrago, alma vegetal de tantas tierras fecundas, en este caso extremeñas, es eterno. Una pena que Manolo Escobar, que tanto cantó a la amapola, no se fijara en el espárrago. Puede que entre tanto surtido de flores, uvas, parras y otros productos del campo que incluye en su letra la rumba el Porompompero (1960), quede sitio para esta inhiesta y apetecida herbácea. Pincha aquí.

Laura La Bella

Caricatura de Laura Domínguez Domínguez, por sobre nombre La Bella

Laura Domínguez Domínguez

Tanto la inteligencia como la belleza pertenecen a los dones aleatoriamente esparcidos al azar. Puede que en un cercano futuro, si nos hacemos eco de las predicciones científicas, elegir la morfología de un descendiente sea similar a ojear un catálogo de novedades del El Corte Ingles. También es posible que paralelamente a tan formidables avances el Mundo sea un estercolero sólo apto para morada de indestructibles cucarachas, algún espécimen de roedores y los virus. Como pronosticaron Los Módulos, todo tiene su fin. Pero mucho antes de tan lóbrego pronóstico, allá por tierras extremeñas, cuando mediaba el siglo XX, vivió su gloriosa juventud una fermosa doncella, apodada por su entorno más cercano como Laura la Bella. Era hermana de mi padre y me tocó la suerte de tenerla como madrina talismán en el rito bautismal aplicado sobre mi liviana cabeza. Educada bajo el influjo de una familia numerosa, con la presencia invisible del hermano ausente, Laura creció dichosa como una amapola entre trigales. Dado que el ambiente marca, aquella grácil belleza no lució en cinemascope no por falta de donaire y cualidades, sino por manifiesta ausencia de oportunidades en aquellas latitudes en todo lo relacionado con el séptimo arte. Cuando los vientos soplan a tu favor no hay destino imposible y para Laura la Bella, bajo el despertar del primer amor, todo parecía alcanzable con tintes de eternidad. Pero ya dijeron los griegos, quienes por esencia y principios antropológicos/culturales eran cínicos y lenguaraces, que los sueños parecen, pero no son. No importa con cuanto ahínco te revuelvas, el pedernal no se transforma en algodón. Tal ocurrió con la Bella Laura, que de angelical criatura pasó, casi sin transición, a sufrida madre protectora de cinco churumbeles, tres varones y dos hembras, portadores de su linaje, directos destinatarios de su amor. Qué veranos aquellos, de cocidos e higos chumbos, de guitarra vino y canción. Mucho antes del nacimiento del realismo mágico por obra del boom de la literatura latinoamericana, en un perdido rincón de la Península Ibérica, por nombre Valdeobispo, la infinita prole de la familia Domínguez vivían sus años dorados como sacados de un cuento. La presencia de Laura, en aquel fraternal paisaje, servía de vital elemento cohesionador. Que todo principio deba tener un final, cuando se trata de la vida de seres queridos es un pensamiento perturbador. Afortunadamente, si el Alzheimer no lo impide, nos queda la memoria como refugio. Y aunque los días de la infancia y los luminosos y genuinos seres que los poblaron la implacable flecha del tiempo se los llevó al carajo, desde Laura la Bella hasta el sonriente y cándido niño que un lejano día me habitó, en mis sueños aún perduran indelebles sus imágenes, ajenas a contrariedades y erosiones, cual una hermosa película trabada en un bucle infinito.

 

Un Patriarca

Caricatura de Maximiliano Domínquez Sanchez, 1875 - 1958, un Patriarca

Maximiliano Domínguez Sánchez  1875 – 1958

Salvo en las familias de rancio abolengo, dónde conocer el árbol familiar, de las raíces a la última rama, es asignatura obligada, aunque con una adecuada prueba de ADN podría constatarse que la mayoría de los linajes son pura farsa; salvo estas egregias excepciones, y con las prevenciones citadas, por lo que hace a las más humildes lo normal es pararse en la frontera de los abuelos, de ahí hacia atrás, de no haber por medio un héroe de guerra o un enloquecido asesino, todo es niebla, olvido y nada. Tampoco es que tal carencia de detalles sobre los propios orígenes, en los veloces tiempos que corren, aporten o quiten nada. Si tal como la ciencia afirma, compartimos un 99% de nuestros genes con una fétida rata de alcantarilla, conocer con precisión absoluta, si desciendes de un saltarín bosquimano o de la rama del achaparrado y último rey de los Hunos, Atila, si no hay herencia o fanfarria de oropeles en juego, como diría el rumbero Peret, no sirve de na, no sirve de ná. Esto que digo se refiere mayor y fundamentalmente al largo plazo. En las distancias cercanas lo primero que delata nuestra procedencia son los rasgos fisiológicos, más los inevitables tics de nuestros cercanos ancestros. Y en este apartado el caudal hereditario, por el brazo de mar paterno, quedó indeleblemente marcado por el genuino y singular patriarca Maximiliano Domínguez Sánchez. Al decir de quienes le trataron y conocieron, más que un jefe de familia era referente de un pueblo. De Valdeobispo, para ser preciso, ubicado en territorio extremeño, regado por el río Alagón, privilegiado afluente del Tajo, y poblado de encinas, alcornoques, lagartos y cigüeñas. Como un premonitorio Aureliano Buendía, mítica criatura parida por la fértil imaginación de Gabriel García Márquez, Maximiliano Domínguez Sánchez pulsó teclas en todos los saberes y a ramal y media manta en ninguno fracasó. Como tantos otros de su generación nació en tiempos revueltos. Lo sabido, pérdida de las colonias, Filipinas, Cuba, el declive inexorable de un enmohecido y disperso Imperio. En tal paramera social se desenvolvió Maximiliano, el de la sonora voz, ejercitada a petición de parte en misas y procesiones, el proverbial patriarca de multiples talentos, cuya simiente siguió germinando en las generaciones siguientes. Es posible que una brizna de ellos haya prendido en mí, su lejano biznieto.

Juan Matías

Sin adentrarse excesivamente en el pasado, era común en las familias, sobre todo en el caso del primer hijo, varón preferentemente, adjudicarle dos sonoros nombres como emblema y marchamo que recordara la pertenencia a las dos ramas familiares, la materna y la paterna. Supongo que esta costumbre, además de para satisfacer el ego de ambos progenitores, era una reminiscencia del proceder aristocrático, que endilgaban doce o trece patronímicos a la criatura para al final, como parodiara Gila, llamarle Chuchi. El caso de Juan Matías, primo hermano rama paterna, es mas sencillo: Juan como continuación y repetición del propio padre y el rotundo Matías en merecido homenaje al carismático y generoso abuelo materno. No obstante ser fugaces nuestras relaciones, mas en la edad adulta que en la infancia, es una de esas figuras referenciales cuya presencia tiene permanente asiento en mi memoria. De entre las variadas imágenes grabadas en mi caprichoso recuerdo, hay un gatear de tejados y descolgarnos por trojes a la búsqueda del arrope de un familiar vecino, con riesgo real de un descalabro fatal e inesperado. Nunca tuvimos percance que lamentar, si bien debo sospechar que màs de una frágil teja quebrara bajo nuestro andar furtivo y gatuno. Los encuentros, según se adosaban los años a nuestra biografía, fueron espaciándose, hasta que en el permanente reflujo del campo a la capital, en este caso Madrid, la familia de Juan Matias, todo un tropel de entrañables primos y primas, se ubicaron en el mismo barrio, la misma calle y en portal paredaño al de nuestra residencia familiar. Por influencia de Maximiliano, su tío carnal y mi progenitor, tanto él como yo, opositamos a policías municipales del Ayuntamiento de Madrid y, paradojas de la vida, este hecho no hizo nuestros encuentros mas asiduos. Pero esa es otra historia que forma parte de las muchas vidas en paralelo que ambos hemos vivido. Si pienso en la diluida infancia, o por variadas razones viajo a nuestro pueblo de origen, Valdeobispo, Juan Matias es ese rapaz que me acompaña rompiendo tejas en busca del ansiado arrope cuya consecución no requería aventuras ni grandes sacrificios: sólo teniamos que llamar a la puerta y pedirlo.

Por favor, no me aburran

sean-breves

Es sabido que mantener la atención de un gato, el más humilde de los felinos, durante un tiempo superior a cinco segundos es proyecto condenado al fracaso aunque lo intentes con el truco de la sardina fresca, son de Santurce las traigo yo. Vamos, que ni por esas. Ello no quiere decir que la jornada típica gatuna vaya más allá de unas carreras por el entorno y el resto del día lo pasen dedicados a sobar, o sea en alerta dormición. Pero es su decisión. Más o menos, pero en plan cowboy nonagenario es lo que ha que ha venido a decir, un suponer, Clint Eastwood al afirmar que entre apoyar la candidatura de Donald Trump o la de Hillary lo tiene claro, siempre Trump, al que ni conoce, ni tiene interés de conocer, pero entre las sandeces de uno y las chorradas de la otra se queda con el republicano y, por favor, que ya está bien, vivimos en una generación de maricas y es hora de que dejen de aburrir a la afición. Al más puro estilo Harry Callahan pero sin la Magnum 44. Posiblemente, seguro, que lo tacharán de fascista y políticamente incorrecto. Y lo es. Pero nadie podrá tildarlo de insulto o aburrido, algo que no ocurre, (escribo esto a primeros de septiembre de 2016) con los mariachis de nuestros representantes políticos quienes, de momento, no recurren al improperio como método de descalificación de oponente, pero les resulta tan complejo llegar a un acuerdo para formar gobierno, que al final tendrán que jugarse a los chinos el nombre del futuro presidente de gobierno. Y, aún así, mucho me temo que discreparán del resultado. Si esto no es un panorama para aburrir a la más cándida oveja, que venga el veterano Clint Eastwood y nos lo aclare. Yo soy de un humilde pueblecito extremeño, Valdeobispo, y puedo prometer y prometo, que paso por una fase de aburrimiento de solemnidad, lo cual no quiere decir que soporte las chorradas.

Me quedo con Mozart

Aunque el científico Robert Lanza, profesor adjunto de la Escuela de Medicina de la Universidad Wake Forest de Carolina del Norte, está convencido que en el plano de la física cuántica la muerte no existe, lo cual le lleva a elucubraciones varias sobre muerte y vida que, puestos a analizarlas, no difieren en esencia de las teorías de Tío Pitonto, personaje pintoresco natural de Valdeobispo, Cáceres. Me niego al simple esfuerzo de intententar entrar en las sinuosidades de tal laberinto teórico. Entre otras muchas cosas porque los tanatorios, a pesar de la crisis, es la única actividad económica que se mantiene en auge y creciendo. Seguro que para eso, el cualificado profesor Lanza también tiene respuesta, pero mientras el muerto/vivo siga precisando un ataúd, cremación y dejen de lagrimearle las axilas, la teoría de Mrs. Robert me suena a música celestial y para música me quedo con Mozart. 

Ignoro sí está muerto o vivo, pero lleva tres días sin respirar y parece como que el rímel se le corre.