Grietas

En busca de mi yo por Silvestre Domínguez

Más temprano que tarde, llega un momento en el cual la malla de la exigua existencia que representas está tan cuarteada por el uso, que se filtran por ella ecos del pasado, mientras el presente se diluye profusamente entre sinuosas grietas en su ineluctable camino hacia la definitiva nada. Y por esas mismas grietas me llegan imágenes de niños que se fueron en plena floración, y biografías inesperada y drásticamente truncadas cuando todo parecía por hacer. Es en estos fugaces  momentos de lucidez hiriente, como en el Aleph borgiano, cuando tomas conciencia de lo inaprensible y vertiginoso de la vida, la alocada velocidad y sin sentido del tiempo. Lo fútil de las narraciones que dogmáticamente pretenden dar a determinados hechos condición de eternidad. La inanidad de los héroes y el vacìo de sus pretenciosas epopeyas. La máscara inconsútil de la carne, fugitiva y efímera. Porque como lucidamente presintiera Heráclito el Oscuro, todo fluye, crece y sin pausa se diluye y se pierde en un espejismo con la engañosa apariencia de una falsa realidad, flotando entre el ser y la nada, que ilusoriamente llamamos vida. De cuantas canciones  recuerdo, ninguna expresa mejor, a mi parecer, de un modo telúrico y filosófico, la insustancialidad de la existencia que, De paso (1978), poema sonoro creado e interpretada por Luis Eduardo Aute en sus años de éxito y que en la voz y arreglos musicales de León Gieco, se logra, quizás, la mejor versión de la misma. Pincha aquí 

El tiempo vuela

caricatura de Luis Eduardo Aute por Silvestre Domínguez

Aute o la lúcida levedad del cantautor

De mis juveniles y discotequeros años conservo el recuerdo de una entrañable canción instrumental, facturada por Booker T. & The MG’s, cuyo solo enunciado, Time is Thigt (1969) es todo un profundo tratado de filosofía existencial, que en traducción libre al castellano diría aproximadamente: El tiempo vuela . Eso sin contar con pandemias y otros imprevistos no deseados. Porque de hecho es casi una imposibilidad física ver el tiempo como un elemento físico capaz de desplazarse con nosotros subidos a su grupa. No obstante mientras se produce el fluir de la arena en el interior de una clepsidra, cambios biológicos y físicos, constantes e imperceptibles acontecen en derredor. A esa cosa intangible llamamos tiempo. Desde esa perspectiva, que convencionalmente denominaremos metafísica, es posible afirmar que el futuro previsto ayer, es el presente de hoy. Y ese perpetuo fluir ha sido causa y motor especulativo de las mentes filosóficas más poderosas, quienes tras miles de años persiguiendo una respuesta, lees someramente sus conclusiones y te dices, estos, como Sócrates y yo mismo llegaron a la conclusión, perdiendo vista y salud plasmando naderías en infumables mamotretos, de no saber nada. Bueno, sabían que el ente de ayer, aunque compartían difusas volutas de recuerdos, nombre y cédula de identificación administrativa, no era el mismo del mañana, mismamente lo que sin necesidad de palabras nos dijeron musicalmente Los Pekenikes, un popular grupo instrumental patrio que hiciera su particular versión del éxito de la banda americana, apta para salas de fiestas, baile suelto o agarrado, pantalones campana y minifalda, o sea, ya traducido, El tiempo vuela. Lo mismo para quien como Lope de Aguirre quiere aplacar su ira en ignotas selvas tropicales, que para un macarra pegando tiros a siluetas de políticos que no son de su cuerda, mientras un bichito, ajeno a todo lo escrito, te puede mandar al otro barrio así, como si nada. Retales, chapuza y pastiche, cuanta sabiduría destilaban y destilan las poesías de Luis Eduardo Aute. Del hermoso ramillete de tantas entrañables melodías que compuso a lo largo de su vida, llegados al apeadero musical, mi subjetiva preferencia de ayer y hoy, es para De Paso (1978), a ser posible en la sentida versión del argentino León Gieco. Pincha aquí