El anzuelo y el pez

Caricatura e Mario Draghi

Mario Draghi

Sólo con diagnostico contrastado de que posees la memoria de un pez (tres segundos) es mínimamente comprensible, que no aceptable, grabar conversaciones entre compañeros, mientras compartes un amigable café, con tu desenfadado interlocutor como presa. Pero sabido es que hay aficiones, posiblemente perversiones, producto de la profesión que terminan poseyendo, literalmente, a sus actores. Recordemos la sarcofagomanía de Bela Lugosi, primitivo interprete cinematográfico del vampiro alado, Drácula, de quien la leyenda urbana de su tiempo afirmaba que dormía en un ataúd. Lo que no fue leyenda sino hecho constatado es que, por decisión de su hijo George, a su muerte, acaecida en 1956, fué enterrado , a modo de sudario, con la capa del vampiro que tanta gloria le diera en vida. Otro personaje de tronío aficionado a la recopilación de grabaciones fue Richard Nixon, como si el poder que le proporcionaba detentar la presidencia de la nación más poderosa del planeta no fuera suficiente para aplacar sus miedos y ansiedades. De cualquier manera, ni a Nixón, alias Tricky Dicky, allá por la década de los 70 del pasado milenio, o al actual amo de las cloacas, versión actual del super agente 86, el anzuelo sonoro no les ha servido para nada. Rectifico. Ha servido y sirvió para dar coartada y argumentos para el contraataque a sus rivales, tal como reflejan las crónicas. Porque los anzuelos, bien lo saben los esforzados balleneros de cuando entonces, como las grabadoras y otros subterfugios tecnológicos hoy, tienen efectos reversibles y tal como atrapan al incauto que desprevenida y confiadamente, entre copa de orujo y percebes gallegos se lo traga, ocurre a veces que el cachalote atrapado es de tal tamaño, y tan poderosas sus defensas, que directamente lo engulle, plácidamente lo digiere y después, siguiendo la ruta del sedal o el pendrive, para el caso es lo mismo,se llega al osado pescador, que de intrépido capitán Ahab, el de la inmortal novela de Herman Melville, Moby Dick, pasa, sin transición, a diminuto pececillo cogido en su propia anzuelo. Cuanto mejor ser un pez enamorado en la pecera con la nariz mojada en ella, como sensata y lúdicamente aconsejara Juan Luis Guerra, en aquella pegadiza bachata, Burbujas de amor (1990). Se ve que a este tipo de personal la música se la trae floja. Pincha aquí