El Mesto

Mesto – Ilustración de Silvestre Domínguez

Alguien conoce las propiedades mágicas de un mesto?. ¡Yo tampoco!. Pero aún así, por esos azares milagreros tan extendidos por todas partes, pudiera ocurrir que aún me encuentre bajo los desconocidos y protectores efluvios benéficos de sus enigmáticas propiedades. Todo empezó, según recuerda mi progenitora, porque además de ochomesino, vine al mundo con una hernia umbilical de perniciosa apariencia. El común de los mortales afectados por esta irregularidad natal eran tratados con una moneda de cinco duros puesta sobre ella, una gasa para presionar, y asunto finiquitado. En mi caso dicen que, además de la moneda de marras, una nigromante del lugar, previendo algún maleficio inducido por perversas mentes satánicas, le dijo a mis padres que el tratamiento infalible consistía en tomar un trozo de la mantilla en la que me envolvían, y antes de la salida del sol, Maximiliano, mi joven padre, siguiendo una milenaria tradición, debía hacer una hendidura en la corteza de un mesto e introducir en ella el pequeño trozo tela cortada a la mantilla que habitualmente me resguardaba. Todo ello antes de la salida del sol. No obstante su natural excepticismo, el intrépido Maximiliano, tal como años más tarde, mientras nos llevaba en una laberíntica excursión familiar a conocer el milagroso árbol, corroboró verbalmente la veracidad de la historia, y si bien, después de subidas y bajadas, nos enseñó un árbol, pero un árbol equivocado. Al escurridizo mesto nos llevaría Honorio Domínguez , primo hermano de mi padre, con habilidades de sabueso caminante dignas del mejor explorador apache. Doy fe de ello, que por entonces, (hoy fallecido) con sus casi setenta años, me hizo cruzar con la lengua a ras de suelo, por abruptas y escarpadas trochas. Por extraños caprichos de la germinación espontánea, encontrar la ubicación del mesto es tan laberíntica y rebuscada, que el simple hecho de encontrarlo e identificarlo, a horas tan oscuras e intempestivas como manda la chamánica tradición, es de por sí una aventura digna de aquellos míticos exploradores en busca del santo grial. ¿Realmente mi calendario vital hubiera sido más breve sin la intervención de los efluvios protectores del mesto?. Imposible saberlo. Es cierto que la parca me ha rozado varías veces con su aliento y aquí sigo para contarlo. Hasta ahí llego. De cualquier manera, la aventura de aquel espigado y lozano paladín valdeobispeño, Maximiliano Domínguez Domínguez, mi padre, es digna de recuerdo. Y como remate Quisiera cariño mío, por Juanito Valderrama, una de las inolvidables bandas sonoras de mi lejana infancia. Pincha aquí

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