Cartelera

Xi Jinping – El rostro impenetrable

¡Perdonad, pero yo soy de la generación del cine!, dicen que fue la respuesta con la que Rafael Alberti zanjó una tertulia con variados participantes, al parecer, todos ellos deslumbrados por cubrir de alabanzas lo presentado como última novedad. En todo tiempo y lugar, incluido el periodo cavernícola, el homo sapiens ha sentido una irresistible atracción por el espectáculo. Parece que la vida cotidiana entre tigres dientes de sable, mamut y serpientes pitón tenía un punto de aburrimiento. O bien, lo que resulta más plausible, que el cerebro en su expansión necesita estímulos especiales sin aparente conexión con la realidad. Las figuras pintadas en Altamira, Lascaux , etc, son un anticipo rupestre de lo que siglos después sería el cinematógrafo. El último espectáculo actual son las citas electorales para elegir representantes de la cosa pública y los millones de comentarios previos y posteriores a las mismas. Más las coletillas en redes sociales puros detritus de pseudo noticias, precocinadas o mal digeridas. Un sustituto ruidoso y cacofónico de aquellas antiguas y coloridas carteleras anunciando la programación en los cines de mi querida ciudad de alegría y juventud, Plasencia. Ahora los programas se convocan, salvo zancadilla, sobresalto u otras estrategias de interés electoral, más o menos cada cuatro años. Pero en sustancia, para los mismos que jalean en redes sociales, mesas de terraza, o corrillos de vecindad, no hay diferencias apreciables en su corriente modo de vida entre el antes y el después del refrendo en las urnas. Uno vienen, otros van y la vida, ya lo dijo Julio Iglesias, sigue igual. Esto es la apariencia claro. Porque como bien saben los directores de cine, una cosa es el guion, otra la filmación, otra el montaje y tras todo ello, el resultado final. ¡Ay mísero de mí, y ay infelice!, que dijera Segismundo, aquel triste príncipe recluido en prisión por deseo de su padre. Y sin una triste cartelera anunciando a los Hermanos Marx para aliviar su dolor. Termino estas divagaciones con Iva Zanicchi y aquel hermoso canto La Orilla blanca, la orilla negra (1971), que explica muchas cosas sin necesidad mayores parafernalias estilistas. Pincha aquí

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