Mil palabras

La mensajera del miedo por Silvestre Domínguez

En los actuales tiempos líquidos que vivimos, conceptos descriptivos tales como imágenes o palabras, se han convertido en instrumentos inservibles respecto a su valor probatorio de la realidad. El mejor ejemplo de la nula eficacia de la imagen para apoyar un hecho, es el escándalo periodístico que una presunta imagen de la Princesa de Gales, Kate Middleton, abrazada por sus hijos, ha originado en la opinión pública inglesa, cuando especialistas es Photoshop dicen que la misma fue retocada, para ocultar su estado de salud. Pese a su apariencia, el asunto no es baladí, o así lo cuentan los tabloides ingleses. Tanto que el propio y nada alarmista diario The Times, ha mediado para intentar amansar las aguas y comunicar que ya se dijo por el entorno familiar, la necesidad de una pausa tras la operación, en las actividades de la Princesa, hasta después de la Pascua, o sea pasado el 17 de abril. Fecha anticipada y no cumplida ante ante la persistente matraca mediática relacionando la no comparecencia pública, por  la avalancha de versiones, cada una más peregrina que la anterior, para dotar de argumento al relato de esta falta de visibilidad monárquica, la cual, en declaraciones oficiales de la afectada , parece obedecer, no a adulterios, romances y otras trapacerías conyugales, sino a un hecho tan frecuente como el padecimiento de esa enfermedad tan extendida que no respeta clases ni edades, el puto cáncer. Tal que a la velocidad de expansión y  alejamiento de las galaxias de su presunto punto de origen, el Big  Bang, parece separarse la conexión entre un hecho y las imágenes o discursos que lo explican. Cierto que los notarios y otros acreditadores oficiales para dar fe del contenido de un acuerdo entre partes serían innecesarios, si la propensión a fabular, es decir, a contar la historia según convenga, no hubiera sido una constante en el uso de las palabras como fórmula de entendimiento habituales entre el simple paisanaje.   De aquellos cuyo medio de vida se funda en el discurso, continente antes que contenido, los profesionales de la política entre otros, requiere una tesis de más largo alcance que el soportado por esta etérea nota de fugitiva actualidad. La música, ese revés del aire que dijera el poeta, es otra cosa. Allí las palabras son casi innecesarias, tanto, que hay un precioso bolero, obra del cubano Osvaldo Farrés, cuyo título, Tres Palabras (1943), es un melódico ejemplo del ensamble comunicacional que verbo y orquesta pueden lograr. Si tenemos el privilegio de contar con la voz de Nat King Cole, se alcanza el sobresaliente. Pincha aquí